miércoles, 8 de diciembre de 2010

De cepilladores y arribistas

Por Ernesto Proaño Vinueza (artista visual)

Lo que es Usted, príncipe, lo es por casualidad.
Lo que yo soy, lo soy por mí mismo.
Carta de Beethoven al Príncipe Linchnowsky.

Según el diccionario digital de la Academia de la Lengua la palabra arribista sugiere: Persona que progresa en la vida por medios rápidos y sin escrúpulos. La Wikipedia es más extensa y señala que: La persona arribista agota todas las instancias para alcanzar sus objetivos predeterminados y usa medios poco éticos con tal de lograr obtener lo que quiere en la vida y es insaciable en su sed de poder.

El comportamiento no es nuevo, más bien parece inherente a la conducta humana, todo aquel que quiere «trepar» en una posición social puede adoptar una actitud arribista. Esto quiere decir que para hacerlo tendrá que poner en práctica esas viejas estrategias de cepillar a aquellos que ostentan el poder. «Cepillar» de adular, hacer o decir lo que se cree que puede agradar, tiene su raíz en el acto, como su nombre lo indica, de peinar, acicalar, agazajar al prójimo, pero no con el fin de embellecerlo o limpiarlo sino de hacerle ver lo sumisos que somos con él, tal y como esos monos de los programas de la tele acicalan al macho alfa de la manada para granjearse su protección.

Este comportamiento homínido es más evidente en la burocracia, donde los arribistas abundan y usan sus estrategias de cepillaje con su inmediato superior, y a veces con el superior del superior, con miras a serrucharle el piso al primero. Evidentemente la técnica debe dar resultado, si uno entra a una institución pública y coincide con la aparición del Todopoderoso de turno, se verá enseguida el comportamiento obsequioso y nervioso de los empleados hacia este, probablemente la misma señorita que hasta ese momento nos trataba con un despotistmo total se mostrará sonriente, sumisa y casi se arrodillará ante el subsodicho.

En un estado más avanzado de vasallaje los cepillos se convierten en «esbirros», o sea aquellos que actuan como un perro bravo que muerde al resto pero lame la mano de su amo, probablemente en la empresa pública estos especímenes son los que impiden que el resto llegue al superior y así pueda «trabajar» en paz sin que le molesten los mortales. Pero así como disfrutan de un poder casi ilimitado generalmente son destrozados por sus compañeros de trabajo cuando el gran jefe se va del puesto o pierden su protección.

Todos hemos sido testigos de arribismo, especialmente en las relaciones personales, siempre habrá el familiar que pregunta sobre el estado laboral y económico del novio o novia, su genealogía y lugar de origen, habremos oído del novio que es ingeniero, phd, doctor, «de buena familia», «blanquito», «ojo zarco», «me muero que buen partido el guambra».

El arribismo también es característico de infinidad de artistas, porque el arte también es considerado por muchos como «una carrera», y como toda carrera tiene jefazos y empleados.

Es así como desde las aulas magnas —donde los futuros creadores aprenden las técnicas de su arte— hasta la vida cotidiana, el cepillaje es una manera de «posicionarse como artista». El profesor-artista-crítico laureado va a tener a su alrededor una bandada de alumnos que lo agasajan, y que probablemente luego de graduados sigan teniendo una «amistad» regular con él porque, lógicamente, el profesor-artista-crítico también será jurado, curador o director de alguna institución cultural en el futuro.

Basta ver lo que sucede cuando asoma un curador en una inauguración, todos se apiñan para saludarlo, mimarlo, tocarlo, saben que de él depende su porvenir, más aun si este ostenta un cargo público, suena como el jurado del siguiente concurso, o es extranjero y viene con el aura de «te voy a hacer rico en el primer mundo». Yo he visto a un pintor saltarse casi todas las bancas de un acto público para saludar con el asesor de turno del presidente. Eludirán, eso sí, al artista que ha caído en desgracia frente al poder, ya que así como la «alta sociedad» sólo se codea con la «alta sociedad», los «artistas escogidos» se codean sólo con los «artistas escogidos», todo muy inn, como se dice en argot.

Como el arte suele ser un negocio como cualquier otro los creadores deben cuidar su imagen todo el tiempo, por lo tanto su trato con los críticos, curadores, periodistas, directores de centros culturales, políticos y demás mandamases que les pueden granjear auspicios, críticas favorables y premios debe ser cuidadosamente estudiado, no vaya a ser que caigan en desgracia por una palabra de más.

Son justamente estas actitudes las que alimentan el poder, porque sin arribistas y cepillaje no hubiera abuso y corrupción, sin la adulación a curadores y demás no sufriríamos por su despotismo y arbitrariedad. No faltará el que diga «pero sin los curadores no podemos posicionarnos como artistas», y la pregunta es qué significa «posicionarse», ¿tener una posición?, ¿adoptar una posición?, ¿lograr una posición?, aparentemente los únicos que se «posicionan» cada día más son los propios curadores quienes ganan puestos en la burocracia y buenos sueldos, los creadores no, sólo la caridad que les lanzan desde los ministerios, municipios, universidades, bienales y salones ¿será que posicionarse significa recibir la mayor cantidad de migajas del poder? La pregunta es ¿quiénes tenemos la culpa? Evidentemente los propios artistas.

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